Es curioso reflexionar sobre el poder inherente en el
lenguaje, la palabra que implica la acción y la inacción. Desde los tiempos más
remotos nos remitimos al lenguaje para dar forma a nuestros miedos, para
ilustrar ciertas ideas, para defendernos de lo abstracto, de lo intangible, de
lo inmaterial pero, que a su vez, este posee una capacidad destructora igual o superior
a cualquier objeto físico. Es un acto tan ancestral como universal que nos
abandona en un mar de inconciencia y sensaciones. Es el lecho maternal. Es el útero
de nuestra génesis.
Me sentía como un sofá. Un sofá que ama. Un bebé que
duerme entre tus brazos porque allí se duerme mejor. Y al silencio lo
interrumpía el crepitar de los bloques de hielo que se rompen y se hunden poco
a poco.
Resulta interesante el bagaje cultural al que remite la
reciente exposición del CCCB, “Feminismes”;
«La Vanguardia Feminista de los años 70.
Obras de la VERBUND COLLECTION, Viena» y
«Coreografías del género», pero resultaría inútil comentar una por una cada
obra referente a dicha muestra. Aun así, dejadme referirme a ciertas obras de
la exposición en un vago intento por trasmitiros, con mayor precisión, el
concepto que nos regala Lúa Coderch.
No soy dueña de nada
mucho menos podría serlo
de alguien.
No deberías temer
cuando estrangulo tu sexo,
no pienso darte hijos ni
anillos ni promesas.
Toda la tierra que tengo
la llevo en los zapatos.
Mi casa es este cuerpo que
parece una mujer,
no necesito más paredes y
adentro tengo
mucho espacio:
ese desierto negro que tanto te asusta.
Miriam Reyes, junto a dos poetas más, inaugura la sesión Fem! Creadoras feministas de hoy el
pasado 31 de octubre con estas palabras. Como en Las muertes chiquitas, Reyes acude a imágenes a partir de vocablos
para dar a conocer sus ideas, su mundo interior. Hay violencias
ligadas a la transparencia, a la visibilidad total, a la desaparición de
cualquier secreto. La violencia de la imagen y en general de la información o
de lo virtual consiste en hacer desaparecer lo real. Todo lo real debe
convertirse en imagen, aunque casi siempre a costa de su desaparición. Cuando se
puede observar todo, nos damos cuenta de que no hay nada que ver. (…) Jean
Baudrillard, La Agonia del Poder. Y es que a veces nos olvidamos que lo verdaderamente aterrador de las
palabras es que no precisa de imágenes, es poderosa en sí misma. El solo recitar
de unas cartas, la vocalización de unos pensamientos que nos invitan a meditar
sobre la naturaleza de nuestras acciones, sobre el amor, la amistad, los
recuerdos y los afectos. Es esa naturaleza silenciosa y, a su vez,
intransigente la que nos adormece, la que nos seda y nos engulle.
Existe un monstruo en
nosotros.
Existe un
monstruo en la pérdida y el engaño, en el querer [amar] cambiar a alguien, en
la muerte de un hijo, en la rutina, en el día a día, que nos consume, que nos
enerva, que nos adormece.
Existe un
monstruo que nos apuñala el corazón cuando dormimos, nos seda y nos empaña los
ojos.
Existe una
mecánica intangible pero más real que cualquiera de los huesos que nos
sostienen.
Y después está la soledad, el vacío, la nada.
Y todo es negro.
Y entonces, el monstruo, no
nos parece tan malvado.
Pese a esta “magia
del lenguaje”, son destacables las imágenes que Coderch selecciona y emplea en su obra. Supervivencia.
Que irónico, las relaciones emocionales son pura supervivencia. No hay engaño, no hay falsos fondos de bonitos
colores; es una paleta gris y fría que analiza una problemática abstracta y es
igualmente implacable. Y existe una lucha de contrastes. Son imágenes gélidas
en un encorno inhóspito e infértil, pero la voz que narra es suave y maternal;
habla de amor y relaciones afectivas, pero compara su naturaleza a la metamorfosis
de esta en objeto y la mera conveniencia, es la utilidad de las personas para
un beneficio propio, no la abnegación la que mueve a los seres famélicos de querer
que narra en su relato.
La naturaleza de niño se condensa en un adulto roto que,
movido por una serie de constructos sociales acaba por ser huérfano de sus
afectos. Es un enorme glacial –brazos consoladores, pecho femenino- que se
despedaza y hunde poco a poco. Pedazo a pedazo ella cede.
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