dijous, 26 de desembre del 2019

La silla humana



Es curioso reflexionar sobre el poder inherente en el lenguaje, la palabra que implica la acción y la inacción. Desde los tiempos más remotos nos remitimos al lenguaje para dar forma a nuestros miedos, para ilustrar ciertas ideas, para defendernos de lo abstracto, de lo intangible, de lo inmaterial pero, que a su vez, este posee una capacidad destructora igual o superior a cualquier objeto físico. Es un acto tan ancestral como universal que nos abandona en un mar de inconciencia y sensaciones. Es el lecho maternal. Es el útero de nuestra génesis.



Me sentía como un sofá. Un sofá que ama. Un bebé que duerme entre tus brazos porque allí se duerme mejor. Y al silencio lo interrumpía el crepitar de los bloques de hielo que se rompen y se hunden poco a poco. 



Resulta interesante el bagaje cultural al que remite la reciente exposición del CCCB, “Feminismes”; «La Vanguardia Feminista de los años 70. Obras de la VERBUND COLLECTION, Viena» y «Coreografías del género», pero resultaría inútil comentar una por una cada obra referente a dicha muestra. Aun así, dejadme referirme a ciertas obras de la exposición en un vago intento por trasmitiros, con mayor precisión, el concepto que nos regala Lúa Coderch. 


No soy dueña de nada

mucho menos podría serlo de alguien.

No deberías temer

cuando estrangulo tu sexo,

no pienso darte hijos ni anillos ni promesas.

Toda la tierra que tengo la llevo en los zapatos.

Mi casa es este cuerpo que parece una mujer,

no necesito más paredes y adentro tengo

mucho espacio:

ese desierto negro que tanto te asusta.


Miriam Reyes, junto a dos poetas más, inaugura la sesión Fem! Creadoras feministas de hoy el pasado 31 de octubre con estas palabras. Como en Las muertes chiquitas, Reyes acude a imágenes a partir de vocablos para dar a conocer sus ideas, su mundo interior. Hay violencias ligadas a la transparencia, a la visibilidad total, a la desaparición de cualquier secreto. La violencia de la imagen y en general de la información o de lo virtual consiste en hacer desaparecer lo real. Todo lo real debe convertirse en imagen, aunque casi siempre a costa de su desaparición. Cuando se puede observar todo, nos damos cuenta de que no hay nada que ver. (…) Jean Baudrillard, La Agonia del Poder. Y es que a veces nos olvidamos que lo verdaderamente aterrador de las palabras es que no precisa de imágenes, es poderosa en sí misma. El solo recitar de unas cartas, la vocalización de unos pensamientos que nos invitan a meditar sobre la naturaleza de nuestras acciones, sobre el amor, la amistad, los recuerdos y los afectos. Es esa naturaleza silenciosa y, a su vez, intransigente la que nos adormece, la que nos seda y nos engulle.

Existe un monstruo en nosotros.



Existe un monstruo en la pérdida y el engaño, en el querer [amar] cambiar a alguien, en la muerte de un hijo, en la rutina, en el día a día, que nos consume, que nos enerva, que nos adormece.

Existe un monstruo que nos apuñala el corazón cuando dormimos, nos seda y nos empaña los ojos.

Existe una mecánica intangible pero más real que cualquiera de los huesos que nos sostienen.



Y después está la soledad, el vacío, la nada.

Y todo es negro.

Y entonces, el monstruo, no nos parece tan malvado.



Pese a esta “magia del lenguaje”, son destacables las imágenes que Coderch selecciona y emplea en su obra. Supervivencia. Que irónico, las relaciones emocionales son pura supervivencia. No hay engaño, no hay falsos fondos de bonitos colores; es una paleta gris y fría que analiza una problemática abstracta y es igualmente implacable. Y existe una lucha de contrastes. Son imágenes gélidas en un encorno inhóspito e infértil, pero la voz que narra es suave y maternal; habla de amor y relaciones afectivas, pero compara su naturaleza a la metamorfosis de esta en objeto y la mera conveniencia, es la utilidad de las personas para un beneficio propio, no la abnegación la que mueve a los seres famélicos de querer que narra en su relato.

La naturaleza de niño se condensa en un adulto roto que, movido por una serie de constructos sociales acaba por ser huérfano de sus afectos. Es un enorme glacial –brazos consoladores, pecho femenino- que se despedaza y hunde poco a poco. Pedazo a pedazo ella cede.



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