La obra que captó más mi atención fue Self, de Lynda Benglis. Es un autorretrato en blanco y negro donde
ella posa con actitud desafiante y la ropa que viste es propia del género
masculino.
He escogido esta obra porque me atrae el hecho de que Benglis interpreta la masculinidad de
una forma crítica y a la vez crea una imagen extremadamente potente. Me gusta
su teatralidad y la capacidad que tiene de transmitir que está a gusto en ese
papel. Además, esta obra estaba en la zona de la exposición titulada Juegos
de rol y este es un tema que intento explorar mediante mis obras.
“Muchas artistas feministas
eligieron la representación, más o menos dramatizada, de los diferentes roles
femeninos de la época, como una estrategia estética para poder expresarse en
libertad ante el encasillamiento impuesto por la sociedad. Mediante la
vestimenta, las pelucas y accesorios, el maquillaje, la pantomima y la
gestualidad, adoptaban diferentes identidades: joven, estudiante, amante,
prostituta, lesbiana, novia, esposa, mujer embarazada, madre, trabajadora,
luchadora, pero también hombre, diosa, madre tierra u otras criaturas
híbridas.”
Introducción a la
sección Juegos de rol de la exposición Feminismos del CCCB
Martha Wilson es otra artista que
se encontraba en la misma sección que Lynda. Ella mostraba una serie de autorretratos
en los que interpretaba a varios personajes. Me parece muy interesante porque
captura los diferentes roles femeninos en formato fotográfico, por lo tanto, se
vuelve más obvio lo fácil que es cambiar de rol y hacerte tuyo un “acting” que
se supone que está hecho para una persona de una determinada clase social,
género, orientación sexual, etc.
Creo que todas las artistas ubicadas en la sección Juegos de rol pretenden explicar que todo el mundo puede tener la libertad de "interpretar cualquier papel" ya que en realidad es un simple traje que la sociedad nos obliga a ponernos para poder identificarnos. Debemos de cuestionarnos a nosotros mismos para que estos papeles que supuestamente nos vienen dados al nacer no consuman nuestro verdadero yo.
Lynda se formó como pintora
abstracta, pero quiso hacer del “action painting” algo más novedoso. Sus pinturas pasaron del lienzo al espacio
propio de las salas de exposiciones, convirtiéndose en esculturas, pero sin
dejar de ser pictóricas. Cuando se le pidió que resumiera sus ambiciones
artísticas en la década de 1960, Lynda Benglis respondió: "No me estaba
separando de la pintura, sino tratando de redefinir lo que era".
En su trabajo escultórico
cuestiona la dureza y maleabilidad de los materiales. En muchas de sus
esculturas trabaja con metales, que están atribuidos a los hombres, y crea
figuras que recuerdan a cintas, volantes y telas, que están asociadas a la
mujer.
Sus obras de video-arte se
centran en los estereotipos de género, la sexualidad y el autoerotismo.
Fallen Painting (1968) es una de sus obras
pictóricas más conocidas. La artista vertió goma de látex con pigmentos de
tonos brillantes logrando que cada gesto al derramar esta pintura quedara
impreso en el suelo de la sala de exposiciones. Era una obra autosuficiente que
no necesitaba lienzo. Como señala Susan Richmond, "cada vertido fue
producto de una coreografía compleja, que necesitaba un equilibrio de
espontaneidad y precisión, sin mencionar la resistencia física, ya que la
artista usaba grandes latas de pintura". La forma resultante es
escultórica; está destinado a ser exhibido en el suelo y ocupa una porción
significativa del espacio en el que se exhibe el trabajo. Para la erudita
feminista e historiadora de arte Amelia Jones, Fallen Painting trata sobre
"la depravación de la mujer caída", y se asemeja a una "víctima
propensa del deseo fálico masculino".
Su anuncio para Artforum (1974), fue sin duda su
obra más polémica. Después de que se le negara el espacio editorial en
Artforum, una eminente revista de arte, Benglis pagó por un anuncio que
consistía en una fotografía de ella misma, desnuda con gafas de sol y
masturbándose con un consolador doble de gran tamaño. El anuncio fue en parte una respuesta a un
anuncio anterior de su amigo, Robert Morris, que presentaba una imagen
igualmente sensacional: él mismo, desnudo de la cintura para arriba y atado con
cadenas. Estas "burlas sexuales", como las llamaba Benglis,
satirizaban "el sistema de estrella de arte y la forma en que los artistas
se utilizan a sí mismos, su personalidad, para vender la obra". Ambas
imágenes tenían la intención de resaltar lo absurdo de la hipermasculinidad que
dominaba el mundo del arte. La obra de Robert no tubo críticas tan duras como
la suya, lo cual confirma que el hombre podía promocionarse como se le antojara
mientras que la mujer no podía salirse demasiado de la norma.
Claudia Abril, Crítica de la representación
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